jueves, 21 de enero de 2010

Buenos Aires, la ciudad que recalienta


Los expertos lo adjudican al fenómeno “isla de calor”, provocado por la escasa planificación urbana. Advierten que la ciudad se “tropicalizó” por la descontrolada construcción de edificios. El asfalto de las calles tiene cinco grados más que el de las zonas rurales.

Claudio Mardones
19.01.2010

Al horno. Donde antes había espacios abiertos, ahora hay edificios. Eso tiene consecuencias en el clima porteño. Aun para los que aman el sol.


Si la ciudad de Buenos Aires no regula y controla el incremento de sus edificaciones, su futuro será muy parecido al de un horno ardiente durante cada verano y por el resto de su existencia. La conclusión es compartida por la mayoría de expertos en clima que consultó la Agencia de Protección Ambiental del gobierno porteño para definir el primer plan de acción de la ciudad frente al cambio climático para 2030.

El documento fue presentado hace menos de un mes en la ciudad dinamarquesa de Copenhague, última sede global sobre el calentamiento de la tierra. Allí, el jefe de Gobierno Mauricio Macri entregó un texto que advierte que la versión porteña del efecto “isla de calor”, que azota a todas las grandes moles de cemento del mundo, genera temperaturas dentro de los barrios porteños que superan en 3,5 grados a sus alrededores, es decir, una temperatura diaria mucho más alta que la que se experimenta fuera de la avenida General Paz.

En el caso del asfalto, las mediciones superan en cinco grados la media anual de las zonas rurales, como si las calles y avenidas porteñas fueran un superconductor de calor que recorre toda la Capital y que concentra temperaturas cada vez más insoportables para los porteños.

Los dos datos que pasaron inadvertidos para la prensa, configuran, para expertos y funcionarios, el anticipo de lo que vendrá, es decir, una ciudad cada vez más caliente por no haber desarrollado a tiempo estrategias y mecanismos para enfrentar el viejo fenómeno descubierto en 1958 por el climatólogo inglés Gordon Manley, quien acuñó la expresión “isla de calor urbana” luego de relacionar la reducción de las nevadas, dentro de las ciudades inglesas, con el aumento de sus temperaturas internas. Los termómetros de la posguerra mostraron una tendencia que ha empeorado con el correr de los años: en verano las grandes ciudades encierran mucho calor y demoran días en liberarlo.

Medio siglo después, el modelo de isla de calor ya es un ejemplo ineludible sobre el funcionamiento del calentamiento climático en todo el planeta. El fenómeno está determinado por grandes cambios en el paisaje urbano. Donde antes había vegetación y espacios abiertos, ahora hay miles de edificios, calles e infraestructura urbana, tres elementos que cambiaron la tierra permeable de antaño por el asfalto y el cemento, dos hiperconductores de calor.

En el caso porteño, la isla de calor tiene un ciclo bien definido y ya no abarca a una sola zona, sino que se extiende a sus 203 kilómetros cuadrados. “Si no fuera por las brisas de la tarde que vienen del Río de La Plata, la ciudad estaría mucho más caliente”, analiza Osvaldo Canziani, doctor en Meteorología, investigador del Conicet y copresidente del grupo II del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) que ganó el Premio Nobel de la Paz en 2007.

Para este vecino porteño, la isla de calor ha cambiado y su temperatura aumentó. “En los 80 habíamos detectado que la isla térmica estaba en el barrio de Devoto, pero ahora todo ha cambiado”, advierte el experto. “En esos momentos, cambió la distribución inmobiliaria y desde entonces descubrimos que Buenos Aires se tropicalizó, es decir que tiene temperaturas mucho más elevadas y lluvias mucho más fuertes que en el pasado. De hecho, gracias a los edificios, la ciudad no sólo tiene más temperatura, sino que registra más lluvias que las que tiene La Plata y sólo por los edificios”, reveló.

Raúl Estrada Oyuela descubrió lo mismo. Como presidente de la Academia de Ciencias del Ambiente y diplomático especializado en negociaciones ambientales descubrió, junto a un equipo de arquitectos, que las paredes porteñas duplican la capacidad de concentrar calor que cualquier ladrillo refractario, preparado para evitar el calor.

Para Canziani, semejante mole de cemento promete más calor en el futuro y en cada verano. “Todavía no ha superado los 42,3º que registró en 1956, pero el fenómeno se agudizará en los próximos años gracias a la proliferación de edificios. De hecho, el otoño y la primavera no son más que dos extensiones del verano porteño”. Por lo pronto, las estrategias para evitar semejante proceso son un rosario de buenas intenciones.

¿Edificios con techos verdes?

Para los porteños que no se fueron de vacaciones, la isla de calor se trata de un duro calvario horneado por miles de edificios, por los 29 millones de metros cuadrados de asfalto que tienen sus avenidas y por un complejo sistema de transporte motorizado y subterráneo que multiplica el calor sin pausa.

Para la Agencia de Protección Ambiental porteña, es vital cambiar los tipos de construcción. En ese sentido la comuna analiza duplicar el arbolado, promover cubiertas verdes en edificios, experimentar techos y asfaltos fríos y reformar los códigos de Edificación y de Planeamiento Ambiental. El primero data de 1947 y el otro fue redactado en 1977.


Martes 19 de enero
Año I | Edición Nº681
Critica Digital

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