En esas colmenas humanas que son las grandes ciudades modernas se ha roto el equilibrio razonable entre la obra artificial y los elementos de vida que generosamente nos brinda la madre naturaleza. Siguiendo los más variados rumbos en sus investigaciones, los urbanistas de todo el mundo han llegado a la conclusión de que es necesario reconquistar el aire, el sol y la vegetación para el ambiente de la ciudad moderna. Las teorías y realizaciones urbanísticas más opuestas concuerdan con el objetivo final consistente en asegurar la unión intima de la ciudad con la tierra viviente, dando amplia entrada a la naturaleza entre las masas inertes de la edificación urbana.
La ciencia urbanística ha puesto plenamente en evidencia que la utilización en la ciudad de los mas maravillosos e inesperados recursos de la técnica no debe ni puede excluir el aprovechamiento intensivo de los elementos naturales. La ciudad como el árbol no puede desligarse de la tierra que lo sustenta.
Pero de este error podemos por lo menos obtener una conclusión evidente y es que cuando la edificación compacta alcanza una extensión importante se produce en la ciudad un estado de desequilibrio que afecta profundamente la regularidad de sus funciones biológicas, vale decir, que hemos confundido progreso edilicio con desarrollo anormal o deformación patológica del organismo urbano. El progreso urbano no consiste en invadir ciegamente los terrenos con la edificación sino edificar conscientemente donde corresponde después de haber asegurado la formación y conservación del espacio en que debe dominar la naturaleza. Facilitando la entrada del aire puro y del sol vivificante al interior de las viviendas y de los barrios que se crean. Permitir que las viviendas de los seres humanos se amontonen desorganizadamente, en el medio de las impurezas de un aire cargado de humo y gases deletéreos y produzcan así ambientes antihigiénicos y nocivos a la conservación y mejoramiento de la especie, significa incurrir en un anacronismo que contrasta violentamente con el grado de adelanto a que ha llegado la civilización.
Felizmente la reacción salvadora provocada por el Urbanismo en estos últimos tiempos no ha tardado en propagarse por todo el mundo. Luchando al comenzar contra la rutina y el escepticismo, los urbanistas quieren que la vida entre con el aire y el sol en todas las viviendas y que el niño se desarrolle y vigorice en ambientes propicios en contacto íntimo con los dones y esplendores de la naturaleza. Todas las concepciones del Urbanismo moderno revelan esa preocupación fundamental. Desde la composición urbana de orden monumental hasta las más modestas organizaciones del tipo ciudad-jardín expresan hoy claramente que los espacios verdes integran todas las nuevas creaciones urbanísticas y penetran hasta en sus más sutiles ramificaciones como elementos de equilibrio de la obra artificial. Los sistemas de parques forman hoy, conjuntamente con las redes de tránsito, el esqueleto arquitectónico de la ciudad moderna. La reconquista de la ciudad por la naturaleza es una ofrenda promisoria de salud y belleza para el hombre de la urbe. Las generaciones futuras podrán apreciar los resultados del esfuerzo que ha prodigado el Urbanismo en esta cruzada de regeneración de las condiciones de vida de la sociedad humana.
La Dirección de Plan de Urbanización de Buenos Aires, creyendo interpretar fielmente el sentir de todos los que se preocupan por el perfeccionamiento de las aglomeraciones humanas, ha reunido en un sencillo símbolo de comprensión universal la expresión de los elementos naturales que integran el indiscutido ideal urbanístico. Realizado este paso inicial confía en la solidaridad internacional de nuestra causa para propiciar su uso y colaborar en su divulgación. Noviembre de 1934. CARLOS M. DELLA PAOLERA Director Técnico del Plan de Urbanización.
Noviembre de 1934.
CARLOS M. DELLA PAOLERA
Director Técnico del Plan de Urbanización.
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AIRE – SOL – VEGETACIÓN
El Simbolo del Urbanismo fue adoptado por unanimidad en el Congreso de Urbanismo de Besançon, Francia, en 1935, y posteriormente adoptado en el 1º Congreso Argentino de Urbanismo, Buenos Aires, 1935, y en el 1º Congreso de Urbanismo de Chile en 1938.
“La ciencia urbanística moderna ha puesto plenamente en evidencia que la utilización en la ciudad de los más maravillosos e inesperados recursos de la técnica no debe ni puede excluir el aprovechamiento intensivo de los elementos naturales. La ciudad como el árbol no puede desligarse de la tierra que la sustenta.”
Extracto del Manifiesto del Símbolo del Urbanismo, Noviembre de 1934,
Carlos M. della Paolera.
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